01 Nov Tragedia y Esperanza
«La esperanza del s. XX se basa en su reconocimiento de que la guerra y la depresión fueron provocadas por el hombre, e innecesarias. Se pueden evitar en el futuro alejándose de las características del s. XIX que se acaban de mencionar (materialismo, egoísmo, falsos valores, hipocresía y vicios secretos) y retomando otras características que nuestra sociedad occidental siempre ha considerado como virtudes: la generosidad, compasión, cooperación, racionalidad y previsión, y buscando un papel más grande en la vida humana para el amor, la espiritualidad, la caridad y la autodisciplina».
—Profesor Carroll Quigley
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Una reseña de Robert R. Rea para The Washington Sunday Star, del 16 de junio de 1966,
del libro: TRAGEDIA Y ESPERANZA: Una historia del mundo en nuestro tiempo, de Carroll Quigley.
—Nueva York: The Macmillan Company, 1966
«Una Nueva e Impresionante Historia de la Civilización Occidental»
Este año, el siglo XX completa el plazo de su «mediana edad» y para la mayoría de nosotros que no hemos conocido ningún otro siglo, es un pensamiento que da más o menos miedo. Afortunadamente, casi no se nos pide reconocer el paso del tiempo ya sea en el curso de nuestras vidas o en el de la civilización moderna. Una multitud de persuasores promete juventud eterna, y los historiadores entonan religiosamente los clichés del pasado para que podamos evitar las realidades del presente. Eso es trágico. No obstante, como el profesor Carroll Quigley, de la Universidad de Georgetown señala sabiamente, hay esperanza en el hecho de que en todo el mundo los hombres están planteando la pregunta: «¿A dónde vamos?» Primero debemos saber de dónde hemos venido y para trazar ese camino, el Sr. Quigley ha escrito una historia que es excelente en su alcance y grande en tamaño, pues corresponde tanto a su temática trágica sobre la ignorancia y equivocaciones humanas, como a su esperanza de que los hombres podrían, en el futuro, triunfar sobre los problemas de nuestro tiempo.
Hubo una vez un siglo XIX, una época en la que los hombres conocían su lugar y se mantenían (o los mantenían) ahí, cuando las naciones practicaban un juego educado e inofensivo llamado diplomacia (o imperialismo, si sólo una de las partes sabía como jugar). Había espacio y comida y tiempo suficientes para perfeccionar las técnicas de producción, establecer redes económicas extensas, y concentrar el poder como nunca antes en la historia humana. Hacia 1895, estos procesos descontrolados se enredaron de forma devastadora, y durante los siguientes cincuenta años los hombres libraron dos horribles guerras sin comparación y sufrieron durante una gran depresión; todo, supuestamente, para mantener u obtener para sí mismos los frutos del progreso material. Como el Sr. Quigley lo demuestra ampliamente, hay muchas dudas sobre si realmente lograron gran parte de ese objetivo.
Poco tiempo después de 1945, el s. XX se libró de su sangriento alumbramiento, enterró a su predecesor bajo unos cincuenta millones de víctimas de la guerra mundial y comenzó el esfuerzo para alcanzar su propia identidad. Actualmente, la esperanza de nuestro siglo joven-viejo se basa en su conquista de la ignorancia, su aplicación constructiva del poder potencialmente ilimitado, y en su uso de los recursos humanos para cumplir el objetivo de mejora universal.
La historia del Sr. Quigley arroja una luz cálida y ardiente sobre los rincones más oscuros del mundo, y ningún lector puede mantenerse indiferente al drama que desarrolla. Su escenario es mundial, y cada acto, cada escena, corresponde a su trama. Mucho de lo antiguo se presenta bajo una nueva perspectiva y se dice mucho de lo que la mayoría de los cronistas modernos prefieren evitar. Su libro es único en su énfasis sobre la historia financiera y económica del s. XX y su relación con los acontecimientos mundiales. El Sr. Quigley también insiste que los hombres que hoy caminan en el espacio no osan pensar como sus padres que dieron zancadas tras una pala. Las herramientas han cambiado y nosotros también debemos hacerlo (social, económica y políticamente), de otro modo, caeremos en algún esplendor artificial.
«Tragedia y Esperanza» provocará algunas acaloradas negaciones y refutaciones, pues el Sr. Quigley expone abiertamente algunas verdades desagradables sobre nosotros mismos y persiste en encontrar causas humanas para los acontecimientos de la historia de la humanidad. Él profana elementos sagrados, y su libro provocará gritos de protesta en muchos rincones de nuestra oronda y feliz (leer rica y honrada) tierra. Estos serán una medida de la perspicacia del autor y de la validez de su argumento. Si la historia es leída en la segunda mitad del siglo XX, este libro será como un faro iluminando el pasado y señalando el camino hacia un mejor futuro.
—Robert R. Rea
(Profesor investigador de historia, Universidad de Auburn, Auburn, Alabama)
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American Historical Review, Vol. 72 (oct. 1966 – ene. 1967), Pp. 123-124
TRAGEDIA Y ESPERANZA: UNA HISTORIA DEL MUNDO EN NUESTRO, de Carroll Quigley
(Nueva York: Macmillan Company. 1966. Pp. xi, 1348. $12,50.)
Este fascinante, impresionante e importante análisis del mundo contemporáneo, sus orígenes históricos, su actual condición y sus posibilidades, comienza con una interpretación de la evolución de la civilización basada en el célebre trabajo previo del autor sobre este tema. Luego examina con gran detalle las dinámicas de los asuntos mundiales justo antes de la Primera Guerra Mundial. Con este trasfondo, desarrolla una evaluación a gran escala de los acontecimientos desde 1914 hasta 1964. Hay muchos otros estudios de este medio siglo, pero el del Profesor Quigley es único e invaluable debido a su análisis bien fundado y consistente de la relación íntima entre la historia y la ciencia y la tecnología contemporáneas. Una debilidad común de una gran parte de la escolaridad moderna ha sido su incapacidad de reconocer adecuadamente esta relación. Lo desafortunado de este hecho se vuelve evidente en este trabajo con su gran cantidad de información esclarecedora y sus percepciones respecto a las muchas repercusiones de la fabricación de armas y de la racionalización de la sociedad por la aplicación de la teoría del juego, la teoría de la información, la cibernética, la lógica simbólica y la computación electrónica. Estos ámbitos, y las técnicas relacionadas, están transformando no sólo las naciones, sino también las relaciones entre ellas. El autor muestra con detalle convincente el papel decisivo del equilibrio inestable de las armas nucleares en la alternancia de distensión y congelación que ha marcado la guerra fría. Quigley también aborda ampliamente el desarrollo económico, trazando la evolución desde el capitalismo comercial al capitalismo industrial, al capitalismo financiero, al capitalismo monopolista y, finalmente, a lo que él llama el pluralismo en la economía actual. Y lo que es más importante, enfatiza todas las repercusiones políticas y sociales de esta evolución económica, incluyendo la relación cercana entre la Gran Depresión y el triunfo de Hitler.
La tesis general del libro es que el siglo XIX fue «un periodo de materialismo, egoísmo, falsos valores, hipocresía, y vicios secretos», que las dos guerras mundiales y la Gran Depresión fueron los terribles frutos de ese siglo, y que la esperanza del siglo XX «se basa en su reconocimiento de que la guerra y la depresión fueron provocadas por el hombre, e innecesarias». Es mejor que estas propuestas sean recapituladas en las últimas páginas, pues el lector probablemente habrá perdido la línea de razonamiento para cuando haya llegado al final de este enorme e incoherente armatoste de libro. El autor es evidentemente un hombre con un amplio rango de intereses intelectuales, pero la organización definitivamente no es su fuerte. No puede resistir irse por las tangentes que le atraen, de modo que el lector encuentra continuamente datos reveladores e interpretaciones de temas como la importancia histórica de la posición de la isla británica, la naturaleza del carácter nacional alemán, las implicaciones de Hiroshima, y los problemas de la crianza de los hijos en Estados Unidos. El resultado neto es un trabajo fascinante, pero también a menudo confuso, que sería mucho más corto y eficaz si estuviera organizado y editado adecuadamente.
Una característica final de este libro es su original candor. Quigley tiene puntos de vista definidos y los expresa con franqueza. Considerando el amplio rango de sus temáticas, no es sorprendente que las declaraciones que son extravagantes o sólo parcialmente ciertas o incluso completamente falsas, puedan encontrarse en prácticamente todos los capítulos. No obstante, concentrarse en dichas declaraciones e ignorar los méritos principales de este estudio sería demasiado injusto y desafortunado, pues el autor sí plantea las preguntas importantes, y sí intenta responderlas honesta y satisfactoriamente, razón por la cual su libro es más significativo y desafiante que la gran mayoría de los estudios de nuestra época.
—L. S. Stavrianos
Universidad de Northwestern
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Variant, Vol. 2, Número 10 (primavera del 2000), pp. 24
TRAGEDIA Y ESPERANZA: UNA HISTORIA DEL MUNDO EN NUESTRO, de Carroll Quigley
(Nueva York: Macmillan Company. 1966. pp. xi, 1348. $12,50)
En diversas ocasiones, muy particularmente durante su discurso de investidura presidencial, Bill Clinton ha rendido homenaje a una de las personas que le enseñaron cuando era estudiante, un hombre llamado Carroll Quigley. Para al menos 99 % de aquellos que escucharon el discurso, el nombre no significaba nada, pero a una parte de los conspiranoicos estadounidenses les dio un gran escalofríos. Ellos sabían quién era Carroll Quigley, lo que no sabían era por qué el presidente de los Estados Unidos lo estaba nombrando de una forma tan pública.
El conspiranoico estadounidense siembre ha sabido que había gente dispuesta a destruir el paraíso que era el mítico Estados Unidos, tierra de los valientes, hogar de los hombres libres. Sin embargo, no dejaban de cambiar de opinión sobre la identidad de los malvados conspiradores. ¿Eran los católicos? ¿Los masones? ¿Los judíos? ¿Los banqueros? ¿Los ricos «de cuna» de la Costa Este? ¿Los fabianos? Después de 1917, sabían que era el Comunismo Internacional, pero no estaban seguros de si había alguien más detrás de la Amenaza Roja. Algunos sospechaban que el comunismo era meramente una fachada para la judería internacional (¿no eran Marx y Engels judíos?). A veces todos los sospechosos eran agrupados en una gran y confusa mezcla, como en esta formulación de principios de los años 50 en la que la amenaza era una «banda fabiana, académica de Rhodes, sionista, rojilla, comunista, del New Deal, del Fair Deal, con ideas socialistas».
A mediados de los años 60, el grupo conspiranoico estadounidense más importante de la época, la Sociedad John Birch, descubrió la obra de los años 20 de una escritora inglesa ya fallecida llamada Nesta Webster. Webster había sido ampliamente leída en Gran Bretaña justo después de la Primera Guerra Mundial y ella afirmaba detectar detrás de las Revoluciones Francesa y Rusa la presencia de una logia masónica del s. XVIII llamada los Illuminati. Al encontrar a Webster, los Birchers parecían como si fueran a pasar de ser los más fervientes exponentes de la Gran Teoría Conspirativa Comunista (el líder de los Birchers, Robert Welch, llamó célebremente al presidente Eisenhower un «agente consciente del comunismo internacional») a creer que los Illuminati eran un grupo secreto todopoderoso que ejercía el control tras las bambalinas. Pero justo cuando la organización estaba a punto de hacer este cambio, los Birchers descubrieron un libro del ya mencionado profesor Carroll Quigley, Tragedia y Esperanza. Que es cuando la historia se pone interesante.
La obra Tragedia y Esperanza de Quigley fue publicada en Nueva York por Macmillan en 1966. Tenía 1 300 páginas. Su subtítulo, Una historia del mundo en nuestro tiempo, da una idea de su ambición y alcance; sin embargo, las 1 300 páginas no tenían ni documentación, ni ningún tipo de fuentes. Educado en Harvard y en Princeton, Quigley impartió clases en la Escuela del Servicio Exterior, Harvard, Yale, el Instituto Brookings y en el Instituto del Servicio Exterior del Departamento de Estado, todas ellas instituciones de las grandes ligas de la clase dirigente estadounidense.
A pesar de sus impecables calificaciones académicas, de que el libro fuera publicado por una gran editorial, y de su inusual longitud y alcance, Tragedia y Esperanza sólo atrajo dos pequeñísimas y despreciativas reseñas de los colegas de Quigley. El mundo académico estadounidense ignoró el libro. No habiendo recibido críticas, la obra no se vendió y Macmillan destruyó las placas con las cuales se había impreso la primera edición. Cuando el escritor estadounidense Robert Eringer buscó a Quigley justo antes de su muerte, Quigley le advirtió que escribir sobre él y sobre su libro podía meter a Eringer en problemas.
¿Qué había hecho Quigley para merecer este trato? Había hecho dos cosas. Primeramente, inusual para un historiador estadounidense popular, Quigley había descrito con cierto detalle el surgimiento de lo que él llama «capital financiero» en la historia del s. XX. Posteriormente, y más significativamente, incluyó dos secciones que en total alcanzaban menos de 20 de las 1 300 páginas, que describían la formación y algunas de las actividades de una organización conocida como la Mesa Redonda, y sus orígenes en las fantasías megalómanas del imperialista británico del s. XIX, Cecil Rhodes.
En las secciones de Tragedia y Esperanza que le ocasionaron problemas a Quigley, afirma que una organización, diversamente llamada el Grupo Rhodes-Milner, la Mesa Redonda o simplemente el Grupo Milner, prácticamente controló la política exterior británica durante una gran parte de la primera mitad de este siglo cuando Gran Bretaña era una de las potencias gobernantes del mundo. El núcleo interno de este grupo, la Mesa Redonda, era una sociedad secreta fundada por Cecil Rhodes. Usando el dinero de Rhodes, este grupo estableció los grupos de la Mesa Redonda en los dominios que entonces eran británicos; el Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos; la red de Institutos Reales de Asuntos Internacionales; los múltiples Institutos de Relaciones del Pacífico; controló el periódico The Times y el Observer, All Souls en Oxford y el programa de becas Rhodes; fue el principal responsable de la destrucción de la Liga de las Naciones y de las políticas de apaciguamiento de los años 30 y convirtió al Imperio británico en la Mancomunidad. Estos «hombres atentos y educados, con una experiencia social más o menos limitada» como los describe Quigley, pensaban constantemente en términos de solidaridad angloestadounidense, de división y federación política… Estaban convencidos de que podían civilizar dignamente a los bóeres de Sudáfrica, los irlandeses, los árabes, los hindúes… Y fueron principalmente responsables de la división de Irlanda, Palestina e India, y de las federaciones de Sudáfrica, África Central y de las Indias Occidentales. Y así sucesivamente.
No es que la gente de la Mesa Redonda fuera desconocida. Los nombres que menciona Quigley, por ejemplo en el grupo interno: Rhodes, Rothschild, William Stead, vizconde Esher, Milner, Abe Bailey, Earl Grey, H.A.L. Fisher, Jan Smuts, Leopold Amery y los Astors, son muy conocidos.
El grupo de la Mesa Redonda es habitualmente considerado como un grupo de imperialistas entusiastas que tuvieron una cierta visibilidad e influencia durante un tiempo en el periodo entre 1910 y 1920. Su periódico, The Round Table, fue muy conocido en el periodo de entreguerras y se encuentra en muchas bibliotecas universitarias. (Continuó hasta mediados de los años 70, cerró y fue lanzado nuevamente en los años 80).
Los historiadores ortodoxos que han escrito sobre las personas de la Mesa Redonda presentan relatos que más o menos corresponden a la tesis de Quigley. Por ejemplo, Toynbee le atribuye el Instituto Real de Asuntos Internacionales a los miembros de la Mesa Redonda; y Butler, quien también forma parte del grupo en la recopilación más larga de Quigley, reconoce que el famoso «Cliveden Set» de los años 30 era, como afirma Quigley, meramente la Mesa Redonda en uno de sus lugares de reunión habituales.
En su biografía de Rhodes, Flint le da un gran espacio a la exposición del tamaño y posible influencia de la red de Rhodes Scholar. Él escribe sobre «la cantidad excesiva de becarios Rhodes en la administración de Kennedy» y sobre la forma en la que los becarios Rhodes estaban formando «una élite reconocible en Canadá». Al parecer, sin saber de Quigley, Flint señala que «en cada uno de los países blancos de la Mancomunidad, Sudáfrica y Estados Unidos, una élite similar, aunque menos influyente, había surgido… Y desde 1948, India, Pakistán y Sri Lanka podrían estar experimentando un desarrollo similar… Los becarios Rhodes crearon vínculos entre los establishments estadounidenses, británicos, y de la Mancomunidad… Y han desempeñado un papel en la creación de la “relación especial” entre los Estados Unidos, Bretaña y los dominios después de 1945».
Kendle, aunque descarta la tesis de Quigley sin dar explicaciones, tiene un interés particular: él, al menos, había leído Tragedia y Esperanza. Ningún otro historiador de la época parece haberlo hecho.
El único grupo de personas que tomaron a Quigley en serio fueron los conspiranoicos de la «derecha radical» en Estados Unidos, para quienes Tragedia y Esperanza se convirtió en un tipo de biblia. Aquí estaba la prueba, la prueba académicamente respetable, de la gran conspiración. Quizás no era exactamente la conspiración que tenían en mente, pero de igual manera era una conspiración. Sólo unos cuantos académicos han aceptado a Quigley (Shoup y Minter, Carl Oglesby, Pieterse y Van der Pijl) y ninguno de ellos son historiadores estadounidenses populares. Para ese grupo prestigioso, Quigley sigue siendo desconocido o innombrable.
El relato incompleto de Quigley sobre la Mesa Redonda en Tragedia y Esperanzase detiene después de la Segunda Guerra Mundial. La Mesa Redonda era una manifestación del poder del Imperio británico y como este se desintegró después de la guerra para ser remplazado por el nuevo imperio económico estadounidense, entonces la influencia de la red de la Mesa Redonda se debilitó. La red de Rhodes Scholar aún está ahí; el Consejo de Relaciones Exteriores (CFR, por sus siglas en inglés) aún es la única fuerza dominante en la formación de política exterior estadounidense; y a partir del CFR surgió la Comisión Trilateral a principios de los años 70. El presidente Clinton ha sido miembro de ambos, así como becario Rhodes. Incluso sin el respaldo del fundador de la Comisión Trilateral, David Rockefeller, justo antes de la elección presidencial de 1992, Bill Clinton evidentemente era Jimmy Carter 2, otro gobernador demócrata del sur, patrocinado y preparado por las redes Trilateral/CFR. El Instituto Real de Asuntos Internacionales sigue siendo fuerte en este país, pero una gran parte de su prestigio como «oficina de asuntos exteriores no oficial» ha decaído con el surgimiento de otros centros de reflexión sobre política exterior. La última mención de la Mesa Redonda como organización que he visto es una referencia a ella a principios de los años 70.
La tesis de Quigley presenta los problemas habituales causados por la existencia de todos estos grupos de élite: cómo decidir si el resultado de cualquier política particular defendida por dichos grupos fue, en efecto, el resultado de su defensa. Incluso en su libro en el que aborda únicamente la red de la Mesa Redonda, Quigley alega, en vez de realmente demostrar, las conexiones causales. (Pero el hecho de que fue ignorado tan ampliamente por la historia académica es, por supuesto, una pista bastante significativa de que estaba en lo cierto).
De algún modo, lo que Quigley describe como la conspiración de la Mesa Redonda es meramente el comportamiento tradicional de la clase gobernante británica, sólo ligeramente sistematizada. Instintivamente secretista, más o menos protegida hasta hace poco del escrutinio público por medio de su control de los medios de comunicación masivos, y de la investigación académica por su control de las universidades, de alguna forma la clase gobernante británica es la «conspiración» más exitosa que jamás se haya visto. Pero Quigley alegaba más que eso. Él realmente afirma la existencia de una verdadera sociedad secreta funcionando en el corazón de la política exterior británica en los años entre ambas guerras, cuyas actividades pueden ser trazadas a través de la Mancomunidad Británica y de Estados Unidos. Para un profesor de historia de un establecimiento académico, esto es haber hecho algo extraordinario en 1966 cuando la discusión sobre la influencia de los grupos de administración de élite como el CFR, el Instituto Real de Asuntos Internacionales (RIIA, por sus siglas en inglés) y Bilderberg, en particular este último, estaba restringida de forma casi exclusiva a la extrema derecha. Actualmente, se habla de estos grupos de manera un poco más abierta, pero el hecho de que las minutas de la conferencia Bilderberg de 1999 fueran filtradas y publicadas en Internet no fue reportado por ninguno de los medios impresos británicos más importantes. Por consiguiente, quizás no resulta sorprendente que los historiadores angloestadounidenses sigan ignorando casi por completo o guardando silencio sobre la existencia de los dos libros de Quigley.
—Robin Ramsay
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Un artículo de Wes Christenson para Georgetown Today, Volumen 4, Número 4 (marzo 1972), pp. 12-13.
Quigley…haciendo ladrar a los Birchers
«Mientras el profesor de Georgetown, Carroll Quigley, escribía en su granja de Virginia Occidental, levantó el teléfono que sonaba y contestó. El hombre al otro lado de la línea le dijo que era de Dallas y quería hacerle al historiador de Georgetown “algunas preguntas”.
Así lo hizo. Durante 40 minutos. Cuando el Dr. Quigley rogó que se le permitiera volver a sus libros, la persona que llamó dijo: “Sólo una pregunta más, profesor. ¿Por qué el gobernador Nelson Rockefeller es un comunista?”.
El Dr. Quigley ha sido bombardeado con cientos de cartas y llamadas telefónicas del espectro político de extrema derecha estadounidense desde que escribió su famoso libro Tragedia y Esperanza: Una historia del mundo en nuestro tiempo, en 1966.
La Sociedad John Birch, el Lobby Liberty, el Informe Phyllis Schafly, y la red telefónica conocida como “Let Freedom Ring” [Que suene la libertad] se encuentran entre los grupos que se han interesado por el libro, pero que extrañamente han denunciado al autor».
Haciendo ladrar a los Birchers
Los radicales de derecha alegan que el libro de 1 348 páginas del Dr. Quigley, que vendió unos 8 000 ejemplares y que ahora está agotado por un tiempo indefinido, revela la existencia de una conspiración de los capitalistas internacionales en Wall Street y en Londres para apoderarse del mundo y entregárselo a los comunistas. Además, el Dr. Quigley es un «infiltrado» en el plan, acusan.
El historiador de Georgetown dice que son tonterías, que nunca escribió tal cosa y que no es, como acusan los derechistas, un miembro de este grupo de «infiltrados procomunistas» super ricos y de élite.
En particular, un autor de derecha le ha estado ocasionando dificultades al Dr. Quigley. Se trata de W. Cleon Skousen, un profesor de religión de la Universidad Brigham Young en Provo, Utah, cuyos antecedentes, dice el Dr. Quigley, incluyen 16 años con el FBI, cuatro años como jefe de policía en Salt Lake City, y 10 años como el director editorial de la revista Law and Order.
El profesor Skousen, quien escribió El comunismo al desnudo en 1961, le dio una continuación con El capitalismo al desnudo: Una reseña y comentario del libro del Dr. Carroll Quigley, Tragedia y Esperanza, un tratado de 121 páginas que contiene 30 páginas de citas directas del libro del Dr. Quigley.
Mientras tanto, el profesor de Utah ha vendido más de 55 000 ejemplares de su libro, y la oficina en Washington del Lobby Liberty estima que actualmente vende 25 ejemplares diarios por 2 dólares cada uno. Además, el profesor Quigley no está muy feliz con el «plagio» de 30 páginas de sus citas que el profesor Skousen realizó sin permiso y, según el Dr. Quigley, violando las leyes de derecho de autor.
«El libro de Skousen está lleno de tergiversaciones y errores fácticos», dijo el profesor Quigley. «Él afirma que he escrito sobre una conspiración de los super ricos que son procomunistas y que desean apoderarse del mundo, y que yo soy un miembro de este grupo. Pero yo nunca lo llamé una conspiración y no lo considero tal cosa». «No soy un “infiltrado” de estas personas ricas», prosiguió el Dr. Quigley, «aunque Skousen así lo crea. Sucede que conozco a algunos de ellos y me agradan, aunque estuve en desacuerdo con algunas de las cosas que hicieron antes de 1940».
Skousen también afirma, según el Dr. Quigley, que el grupo influyente de financieros de Wall Street aún existe y que controla al país. «Nunca dije eso», declaró de manera rotunda el Dr. Quigley. «De hecho, nunca estuvieron en posición de ”controlarlo”, meramente de influir en acontecimientos políticos».
El influyente grupo de Wall Street sobre el cual escribió unas 25 páginas en Tragedia y Esperanza dejó de existir hacia 1940, afirma el Dr. Quigley. También culpa a Skousen por decir que la intención de Tragedia y Esperanza era, en palabras del Dr. Quigley, «revelar lo que fuera, mucho menos una controversia puramente hipotética. Mi único deseo era presentar un panorama equilibrado de los 70 años que abarcan el periodo de 1895 a 1965. El libro está basado en más de 25 años de investigación».
Mientras tanto, Tragedia y Esperanza se está volviendo un producto raro tras la publicidad hecha por los grupos de derecha. A menudo, los ejemplares no son devueltos a las bibliotecas en todo el país, aunque algunos partidarios de derecha afirman que los bibliotecarios de izquierda lo están quitando para «reprimir» las «revelaciones» del Dr. Quigley.
Algunos partidarios de derecha alegan que Macmillan, la editorial de Tragedia y Esperanza, no lo reimprimirá porque supuestamente Macmillan lo ha reconsiderado y ahora quiere ocultar las «conclusiones» del Dr. Quigley.
Los ejemplares de segunda mano ahora están siendo vendidos en las librerías por 20 dólares o más, con listas de espera de 12 a 20 personas que buscan ejemplares. Los avisos de ocasión en los que se busca el libro son comunes en varios periódicos.
El Dr Quigley dice que Tragedia y Esperanza, cuyo precio era de 12,95 dólares hace cinco años, nunca podría ser vendido por ese precio hoy en día porque «estaba infravalorado en aquel entonces. Costaba menos de un céntimo por página, cuando la mayoría de los libros de cubierta dura ahora se venden por al menos dos céntimos por página. Dudo que una versión reimpresa pueda ser vendida por 20 dólares o más».
Sin embargo, el historiador de Georgetown, que se ha tomado todo con una combinación de calma y diversión, está molesto porque la controversia le ocupa mucho de su tiempo.
Los egresados de la Escuela de Servicios Exteriores (SFS, por sus siglas en inglés) le escriben con regularidad queriendo saber más. (La asignatura Desarrollo de la civilización del Dr. Quigley fue nombrada su favorita en una encuesta reciente de egresados de la SFS del periodo de 1955 a 1969). Gente de todos los Estados Unidos envía recortes sobre él de las publicaciones de derecha.
Irónicamente, las partes de Tragedia y Esperanza de las cuales el profesor Skousen cita más libremente están en la segunda mitad del volumen, aún disponible por 3,95 dólares en edición de bolsillo de Collier Books bajo el título: The World Since 1939: A History (El mundo desde 1939: una historia). «Los egresados de Georgetown que hayan perdido sus ejemplares de Tragedia y Esperanza», dijo el Dr. Quigley, «pueden comprar la edición de bolsillo de 676 páginas si quieren revisar mis citas».
Sus ojos brillaron y el acento de su época en la Boston Latin School y en Harvard se volvió incluso más pronunciado: «¿Sabe? Si suficientes personas compran la edición de bolsillo, quizás seré rico, pero no tan rico como los derechistas creen que soy, con todas mis supuestas conexiones “internas” en Wall Street».
—Wes Christenson.
Tragedia y Esperanza • Tomo 1
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